viernes, 22 de julio de 2011

La Crisis del Capitalismo y la Crisis de la Democracia

Realmente me asombro sobre el funcionamiento de nuestra economía actual y sobre cómo se transmite su funcionamiento al público.

Comenzaré con lo que todos sabemos a modo de resumen y para ponernos en contexto. Todo comenzó con un hábito empresarial en el que la concesión de préstamos hipotecarios se regulaba por normas que nada tenían que ver con las prácticas que se habían seguido hasta ese momento. Antes de la innovación que marcó la base de lo que se conocería como la crisis “subprime”, una hipoteca se concedía sobre la base de la garantía, es decir, el valor de la casa en el momento de percibir el préstamo, en función del principal que se presta y de la capacidad de generación de recursos que tiene el cliente. El proceso habitual era el de valorar en qué medida cubría la garantía la posibilidad de impago del préstamo - el importe principal. De forma que si la persona se veía incapaz de devolver el principal y los intereses acumulados, se vendería la casa y con el importe obtenido se saldaba la deuda. Adicionalmente se valoraba la capacidad de generar recursos de la persona a la que se le concedía el préstamo, examinando el sueldo u otras fuentes de ingresos que tuviera, restando de éstas sus gastos habituales y calculando así la parte que puede dedicar esta persona a devolver el crédito mensualmente. A esta parte del sueldo que puede dedicar la persona a la devolución del préstamo se le llama tasa de esfuerzo. La política crediticia de los bancos marca unos máximos tanto para esta tasa de esfuerzo como para la parte que debe cubrir la garantía (el valor de la casa) del préstamo concedido. De esta forma el banco se asegura de que la probabilidad de que se siga pagando el préstamo sea elevada y de que, en el caso de impagar, se pueda saldar la deuda con la venta de la garantía (la casa hipotecada). En España se solían manejar porcentajes de máximo 80% de cobertura (loan to value del 80%). Esto significa que se presta como máximo el 80% del valor de la casa. No más.

¿Qué cambió en un determinado momento? Lo que cambió fue la forma de valorar el riesgo. Resulta obvio que a la hora de prestar dinero se incurre en el riesgo de no recibirlo de vuelta nunca más. Inicialmente este riesgo de se evaluaba según los parámetros comentados, a los que podemos sumar el historial crediticio de la persona, es decir, lo bien o mal que ha pagado préstamos anteriores y el endeudamiento actual. En función de estas características se le pone un precio al dinero que se presta en forma del tipo de interés. Podemos pensar que si el riesgo de perder el importe recibido es reducido el tipo de interés será bajo, mientras que si es elevado será más alto. Esta diferencia entre un tipo u otro se denomina prima de riesgo.
La innovación en esta cuestión proviene del concepto de que al riesgo siempre se le puede poner un precio, por lo que a peor situación del cliente y a mayor riesgo de impago, simplemente se aumenta la prima de riesgo. De tal forma podemos pensar en un cliente que tiene unos ingresos bajos con lo que deberá dedicar gran parte de su sueldo a devolver el préstamo concedido y por lo tanto una tasa de esfuerzo elevada. Este cliente quiere adquirir una casa de un valor relativamente elevado. Según las reglas de crédito tradicionales no se podría conceder este préstamo, pero si seguimos el razonamiento nuevo solamente hay que aumentar la prima de riesgo que debe pagar el cliente en la devolución de su préstamo hasta cubrir el mayor riesgo en el que se incurre al prestarle dinero a este cliente. Con lo que el tipo de interés que deberá pagar este cliente frente a un cliente con mejor sueldo y menor préstamo (tasa de esfuerzo más reducida) será más elevado. Se le pone un precio al mayor riesgo en el que se incurre.

Sumamos a esta nueva tendencia de dar hipotecas una coyuntura económica positiva con un incremento constante de los precios de las casas tanto en EEUU como en España. Vamos a centrar este análisis inicialmente en el marcado de EEUU, que es en el que se originó este fenómeno. Esta situación de un mercado alcista provoca que el porcentaje del valor de la casa que se da en el préstamo se vaya alejando cada vez más de los valores que se manejaban tradicionalmente (loan to value – LTV del 80% máximo). Esto resulta lógico, ya que el incremento del valor de las casa llegó a alcanzar niveles cercanos al 20% en un año (ver Sociedad de Tasación), con lo que se podía prestar dinero de hasta el 100% del valor de la casa y pasado un año se volvía a estar dentro de los límites marcados inicialmente. En muchos casos el LTV llegó a alcanzar niveles de 120%, con lo que las personas que recibían el préstamo no solo se podían comprar la casa sino que también podían amueblarla o cambiar de coche con la misma operación.

Si juntamos estas dos circunstancias, una valoración diferente del riesgo, y prestar más dinero respecto del valor de las casas, nos encontramos en la situación de que se dan préstamos a personas con una probabilidad de impago muy elevada (mala calidad crediticia) y con una cobertura de la garantía muy ajustada. Estas personas pagan tipos de interés muy elevados porque su prima de riesgo es muy elevada y tienen que hacer un esfuerzo muy grande para atender las cuotas mensuales. A esto se suma que la red con la que operamos es muy fina, ya que el importe que se puede recuperar de las casa que se financiaron es muy reducido respecto del importe prestado. Hemos aumentado nuestro riesgo crediticio en términos generales.

Ahora se da un paso adicional en la innovación financiera. Las entidades financieras no esperan a que venza el crédito para recuperar el importe prestado, sino que buscan recuperar éste antes. La forma de lograr que se le devuelva a uno el dinero prestado antes de que venza el plazo del préstamo es pasar el derecho de cobrar ese préstamo a otra persona. Se vende la hipoteca. El banco que concedió el préstamo originalmente recibe el importe que entregó menos un porcentaje de descuento y delega el cobro de la hipoteca en la persona que la adquiere. Esto dota de liquidez al banco de origen y transfiere el riesgo al adquiriente. Lo que ocurre es que éste tampoco tiene interés en esperar a que venza la hipoteca para recibir el dinero o tener que ocuparse de recuperar el préstamo en el caso de que no se pague a través de la venta de la casa, con lo que vuelve a vender las hipotecas que ha adquirido en un paquete de hipotecas que denominaron en EEUU residential mortage backed securities (RMBS). Este producto financiero comenzó a negociarse abiertamente en el mercado con lo que su valor pudo fluctuar y se pudo introducir en el uso de otros productos financieros como lo eran los llamados structured investment vehicles (SIV), que utilizaban los RMBS para su estrategia de inversión. Estos productos lograron ser muy rentables durante un determinado periodo de tiempo e hicieron muy ricos a mucha gente. Pero como todos sabemos no duró eternamente. Se vendieron a nivel global, entre todos los bancos y cruzando todas las fronteras, ya que los mercados financieros operan de forma global.
Como vemos nos hemos ido alejando cada vez más de la operación original de préstamo, con lo que la información sobre la fiabilidad de estos productos es cada vez más escasa. Por lo tanto se busca consulta a empresas especializadas en la valoración de riesgo crediticio para que certifiquen qué nivel de confianza puede concederse a estos nuevos productos. Las dos empresas principales que se dedican a este negocio son Moody’s y Standard and Poor’s. Utilizan un sistema de puntuación que va de AAA como la más sólida (seguro que te devuelven el préstamo) a C (posiblemente no vuelvas a ver tu dinero) para Moody’s y Standard and Poor’s usa la misma lógica con la puntuación (solo que llega hasta D como valor más bajo).
El rol de estas agencias de valoración de riesgo ha sido vital. Al confiar en ellas para ealuar aquella cosa extraña que se había inventado se puso en sus manos una responsabilidad tremenda. La evaluación fue tremendamente positiva, dando valoraciones de AAA (es muy probable que nos devuelvan el dinero al invertirlo en esto). A partir de que los especialistas en inversiones comprobasen la solidez y fiabilidad de estos nuevos productos financieros se comenzó a invertir en ellos. Los paquetes de hipotecas en las que se había valorado de una determinada forma el riesgo de impago y se había calificado como muy alto (es muy probables que no me devuelvan el dinero – se incrementa la prima de riesgo) se convirtieron de forma mágica en productos financieros sólidos. Lo único que se había hecho había sido trasladar la prima de riesgo aplicada en la tasación del precio del préstamo a la inversión, de forma que estas inversiones daban un rendimiento muy atractivo. Al aportar garantías reales en forma de viviendas se consideró que su solidez era alta. ¿Qué más queremos? Alta rentabilidad y elevada seguridad. ¡A comprar!
Los precios de las casas se mantenían artificialmente altos, ya que la demanda se veía impulsada por créditos muy accesibles y baratos. Con lo que a demás iban incrementando las garantías con cada mes que pasaba.
Vemos en este punto que la situación era propicia para llevar a cabo inversiones en esto. Uno no tenía que ser necio para invertir en un SIV, sino más bien tenía que ser tonto para no hacerlo. Se suma a ello el impulso del entorno – todos estaban comprando. ¿Por qué iba yo a desaprovechar esta gran oportunidad y ser el único que se queda atrás? Así que se invirtió masivamente. Tanto particulares como grandes bancos y fondos de inversiones, que al final obtienen sus recursos de inversores particulares o institucionales. Empresas como aseguradoras disponen de grandes fondos que deben gestionar mientras no se usen para pagar futuras pensiones o para indemnizar a sus clientes. Esto es solo un ejemplo de las implicaciones que llega a tener una inversión y el origen de los fondos. Nunca hay que olvidar cual es el origen inicial del dinero (persona que contrata un seguro o realiza un depósito en un banco) y para qué está pensado en un fin último (pagar una indemnización en caso de siniestro o devolver el importe depositado).

No era fácil de ver lo que estaba fallando porque se componía de una serie de fallos. Otro de estos fallos fue el de suponer que los precios de las casas fueran a mantenerse en el tiempo. Se hizo una valoración errónea de lo que iba a ocurrir en el futuro, o dicho de otra forma: se valoró mal el riesgo que se estaba corriendo. Porque lo que ocurrió fue lo que todos conocemos a día de hoy: los precios de las casas – la base sobre la que se había construido este castillo da naipes – se desplomó. La burbuja inmobiliaria estalló.

Esto había ocurrido antes. No es la primera burbuja que estalla después de una especulación a lo largo de la historia del capitalismo (Galbraith 1993). En otras ocasiones se sufrió una grave crisis, como se destacó hasta la saciedad en la prensa, mencionando la crisis bursátil de 1929 en EEUU. Sin embargo, las crisis provocadas por los estallidos de estas burbujas habían sido nacionales o como mucho habían afectado a una región geográfica determinada, como fue el caso de la crisis inmobiliaria de Japón en los años 80 o las varias crisis de la década de los 90 en el América Latina. En este caso no. En nuestra crisis grande del capitalismo más reciente los efectos fueron globales. Afectó tanto a los países industrializados como a los no industrializados, tanto a los que países de Europa y América como a los Africanos. La creación de un sistema financiero global creó las arterias para que se difundiera el virus por todo el planeta hasta permear en todas las economías. No solo afectó a nivel geográfico sino también fue intersectorial, implicando tanto al sector financiero como a todos los demás de la economía. Al haber operado con un sistema de crédito, del que dependen todas las empresas, la economía entera se basa en la liquidez de la que nos proveen los bancos. Así hemos logrado que al corromperse el sector financiero se tambalease toda nuestra economía. Como veremos de ahora en adelante no solo sufrió el sector privado sino también el sector público. Este alcance es inaudito en la historia del capitalismo. Por eso es vital comprender el sistema que nos ha llevado a esta situación y comprender que no tiene mucho que ver con el capitalismo tal y como se planteó en sus inicios.

Al ver el que las empresas implicadas en la crisis financieras eran (aparentemente) de importancia vital para el sistema económico del país, como lo serían los bancos y entidades aseguradoras (hasta las empresas automovilísticas en EEUU), los estados se vieron obligados a intervenir. A partir de ese punto el gobierno de estados unidos desembolsó hasta 700.000 millones de dólares. El gobierno español, mediante el Fondo de Reestructuración Bancaria (FROB), ha desembolsado ya 9.000 millones de euros para ayudar a los bancos y cajas de ahorros.

Todo este dinero proviene por un lado de lo que se ha podido ahorrar en tiempos de bonanza y por otro lado del endeudamiento del estado. Hemos pasado de un superávit estatal en 2007 a un déficit magnífico en 2010. La financiación de este déficit se realiza mediante la deuda externa, es decir, mediante la venta de deuda del estado en los mercados financieros internacionales. Esta deuda tiene un tipo de interés que depende de la oferta y de la demanda de los mercados y del riesgo percibido hacia el país que lo emite. Volvemos al concepto de riesgo y prima de riesgo. Cuando oímos en los medios de comunicación que se habla del diferencial que crece cada vez que sale una noticia negativa sobre España se refiere a esta prima de riesgo. La prima se calcula frente al activo que se supone más libre de riesgo, que es el bono de estado alemán. En la diferencia que existe entre el tipo de interés que se paga por el bono de estado alemán y el tipo de interés que se paga por el español se incrementa gracias a la mala prensa y a la evaluación que haces las empresas de rating del país. Las mismas empresas de rating que calificaron los SIV con AAA y que calificaron a Lehman Brothers con AAA, es decir, aquellas que aseguraron que no habría riesgo alguno en invertir en estos activos financieros (posteriormente denominados tóxicos). Estas mismas empresas – son instituciones privadas no públicas que venden información sobre riesgo crediticio y no públicas – ahora determinan el importe que debe pagar España sobre para financiarse.

En este punto me gustaría recordar qué significa que un estado se financie. Significa que el estado pide dinero para atender los pagos que se incumben, es decir, todas las partidas del gasto público: educación, subsidios al desempleo, subvenciones de todo tipo, pensiones, defensa, etc. Por lo tanto, el coste del dinero para el estado, al igual que ocurre para una empresa, determinará en gran medida su capacidad de gasto. Si el coste del dinero se incrementa (aumenta el diferencial) el estado tendrá que destinar mayor parte de su presupuesto a los gastos financieros y verá reducida la parte disponible para otro tipo de gastos. Aquellos gastos para los que realmente se ha creado el estado. Ya que los mercados financieros están acostumbrados a valorar empresas y valoran la eficiencia de la gestión de las mismas, aplicando ratios que miden qué parte de sus ventas es absorbida por los gastos, la eficiencia del uso de sus activos y la rentabilidad resultante para los accionistas, se comienza a aplicar la misma lógica a los estados. Los estados son analizados bajo el mismo baremo y la amplitud de su gasto se comienza a evaluar como si se tratase de una cuenta de pérdidas o ganancias empresarial. Por lo tanto un recorte en el gasto y un incremento en los ingresos siempre es positivo y aumenta la calificación recibida por las agencias de rating y la imagen en los mercados financieros. Sin embargo una mayor “eficiencia” financiera de un estado supone un gasto público menor si se interpreta de esta forma. Supone que hay menos gasto en las partidas para las que se crea el estado en un inicio, es decir, reducimos el llamado estado del bienestar, que permite la existencia de educación accesible, una red de seguridad para los desgraciados socialmente, la existencia de un sistema de pensiones para los jubilados, etc.

Resumiendo, los estados ven aumentado su gasto financiero por la imagen de gestión eficiente que dan en los mercados financieros internacionales y la opinión de unas empresas de rating. Con lo que los estados que ven su economía débil gracias a la crisis financiera internacional creada por los mercados financieros, ahora deben justificarse ante estos mismos mercado para poder financiarse. Deben explicar que su gestión es eficiente y seguir las indicaciones del sistema que ha valorado mal el riesgo en un inicio y que, al encontrarse con la realidad que había decidido ignorar, pidió socorro al estado. Tras entrar este en escena para rescatar la economía afectada ahora se ve castigado por los mismos a los que inicialmente ayudó. En el momento de aportar fondos para salvar empresas que habían invertido descuidadamente el estado no pidió responsabilidades ni eficiencias de gestión, por que dio por hecho que la situación era excepcional. Ahora no se está considerando la misma generosidad, sino que el capitalismo está mostrando su cara más fiera y despiadada, aprovechando el poder que ha logrado.

Efectivamente hemos asistido a un trasvase de poder. No como se pensaba inicialmente del sector privado hacia el público sino todo lo contrario. El sector privado ha logrado controlar un factor estratégico para los estados (su financiación) y ha aumentado su poder exponencialmente. Se ha producido una paradoja: el capitalismo ha logrado aumentar su poder hasta límites que nunca tuvo en toda historia mediante la mayor crisis que nunca experimentó. La mayor crisis del capitalismo le llevó no a debilitarse sino a fortalecerse insospechadamente. La crisis del capitalismo ha llevado a una crisis de la democracia. Los estados están perdiendo su soberanía y comienzan a acatar cada vez más las órdenes de los mercados financieros. Ya no son los ciudadanos que decides su propio destino sino la ley de la rentabilidad y la eficiencia. ¿Pero cómo se mide la eficiencia de un estado del bienestar? Los estados han asumido su rol de malos gestores y aceptan que deben hacer caso a los analistas que saben mucho de eficiencia y que controlan su capacidad de gasto. Por lo tanto se realizan recortes sociales, incremento en impuestos y presupuestos austeros en la esperanza de satisfacer las exigencias de los inversores. Los mismo inversores que provocaron la crisis por mala gestión y errores en la valoración del riesgo.

En lugar de castigar a las empresas por sus fallos se les ha dado más poder y se las ha permitido tomar decisiones que les competen. Se ha premiado un comportamiento arriesgado, pagando por los errores no los que los han cometido sino los estado. Ahora los que deberían haber pagado por los errores castigan al estado por haberles ayudado. De este modo estamos presenciando una crisis de la democracia tras la mayor crisis del capitalismo.

¿Qué podemos hacer? ¿Realmente los estados están en la posición inferior frente a los mercados financieros? ¿No existe nada más que aceptar los dictámenes que emitan los inversores?

En primero lugar, debemos recordar que los estados no son empresas. Su eficiencia no puede medirse de la misma forma que la de una empresa. El estado genera formación, asistencia sanitaria y estabilidad que no muestran un retorno tan claro como lo son los rendimientos de una empresa. ¿Qué tasa de retorno da una población con alto nivel de alfabetismo? ¿Qué rendimiento da la existencia de pensiones para los jubilados? Por lo tanto la valoración que se hace no es correcta y no debería aceptarse sin más. Cabría explicarles a los analistas que un estado puede ser ineficiente desde un punto de vista financiero. Que organizaciones como hospitales o colegios se rigen por un output que es gente sana y formada y que estos outputs no son medibles bajo el baremo que se le aplica a la fábrica de botellas de plástico.

En segundo lugar, el estado sigue manteniendo el poder jurídico y legislativo. Tiene poder sobre las decisiones fiscales y sobre las leyes que rigen la economía de un país. El estado puede intervenir con el poder jurídico en el funcionamiento de la economía y del sistema financiero. Sin embargo, al igual que ocurrió en la década pasada con las regulaciones fiscales, se teme que al imponer tasas a las transacciones de capital, el flujo de dinero se reorientará hacia mercado que no tienen ningún tipo de restricciones. Este temor está completamente justificado, pero no implica la impunidad de las empresas que llevan a cabo una mala gestión y posteriormente reciben dinero del estado. Deben existir mecanismo para que aquellos que hayan cometido los fallos paguen por ellos.

Al igual que el funcionamiento de un país marca su imagen, la hace lo de sus líderes. Por lo tanto deben ser ellos quienes comiencen a dar una imagen más fuerte y decidida de aquello que representan. Si no lo hacen terminaremos sucumbiendo al poder que reclama el mercado financiero y veremos disiparse paulatinamente el estado del bienestar democrático tal y como lo conocemos.


Referencias

1. Galbraith, J.K. 1991 Breve historia de la euforia financiera Editorial Ariel Barcelona
2. Definición SIV: http://www.moneyweek.com/investment-advice/glossary/s/siv
3. Rating de Moody’s: http://www.moodys.com/ratings-process/Ratings-Definitions/002002
4. Rating Stardard and Poor’s: http://www2.standardandpoors.com/spf/pdf/fixedincome/SP_CreditRatingsGuide.pdf

sábado, 26 de marzo de 2011

Hans Rosling and the magic washing machine



Es magínifico con qué claridad presenta el impacto de una innovación en la vida de las personas. Se me plantean las siguientes cuestiones: ¿Qué línea de innovación debemos seguir para permitir a los países en vías de desarrollo estar al nivel de clidad de vida que nosotros tenemos? ¿Cómo podemos lograr esto sin cargarnos el planeta?

lunes, 10 de enero de 2011

La obsolescencia programada

Comprar, tirar, comprar





Ayer vi la última mitad de este reportaje. Fue una experiencia interesante por dos motivos: primero porque veía algo que valiera la pena en la televisión en un horario normal (en La 2 de 22:00 a 23:00) y segundo por lo interesante del mismo reportaje. Plantea una característica loca de nuestro sistema económico: el crear algo cuya muerte está programada. Ya que, aparentemente, es necesario producir y consumir sin parar para que el sistema funcione, es bueno que las cosas se rompan. Por lo tanto el objetivo de mucho ingenieros no es hacer cosas bien hechas que duren sino cosas que funcionen solo durante un determinado periodo de tiempo. De tal forma se está actuando en contra de lo que cada oficio en un principio busca: la excelencia y mejor calidad. A demás damos más cabida a los vagos y débiles que prefieren seguir viviendo de lo que saben hacer en lugar de avanzar hacia nuevos horizontes. Yo pregunto: ¿no sería más interesante hacer productos de uso cotidiano, como bombillas y medias, que duraran para siempre y dedicar el tiempo que nos sobra después de hacer esto a otras labores más productivas? Hay muchas cosas que hacer en este mundo imperfecto en el que vivimos: criar órganos humanos, curar la malaria, dejar de calentar el planeta, etc.